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Coll, Inma

Coll, Inma

Desde sus inicios Inma Coll ha prestado atención a la figura y al cuerpo humano, como primera de las cinco categorías de las artes plásticas, para representar de forma perceptible la realidad visible. Su producción artística, tan prolífica a lo largo de más de tres décadas, contiene dibujo, grabado, pintura, escultura textil, instalación y performance. Obras que en su mayoría han podido contemplarse en ferias de arte y galerías, tanto nacionales como internacionales. Resulta destacable que, en este compendio multidisciplinar, sea la imagen humana la que haya activado su inagotable pulsión de pintar. Es más, tanto desde aquellos primeros años de formación en la Facultad de Bellas Artes de Valencia como a lo largo de toda su trayectoria profesional, no siente inclinación alguna ni por el paisaje, ni por los animales, ni por las naturalezas muertas, ni por la ornamentación. Podría pensarse que, dada su propensión por la figura humana, se tratara de una artista fácil de encuadrar. Al contrario, la singularidad de su obra lo ha impedido durante mucho tiempo: o bien se subsumía en una etiqueta que no se ajustaba ni a su técnica ni a su temática, o se consideraba inclasificable por romper con la representación habitual. En estas circunstancias pocos apreciaron su poética, tal como hubiera sido de esperar desde la crítica artística y cultural. Sin embargo, a mi entender, lo específico y diferencial de la artista fue fijar su atención en la nueva figuración europea que, en la primera mitad del siglo XX, surgió en el Soho londinense. En aquel entonces el rechazo a un arte figurativo, propio de la tradición artística occidental, se extendía cada vez más entre las diversas tendencias contemporáneas que fomentaban la asociación de artistas conocida como Abstraction-Création. A pesar de su difusión y popularidad, ese tipo de arte no llegó a calar del todo en la llamada Escuela de Londres a la que pertenecieron Francis Bacon (1909- 1992) y Lucian Freud (1922-2011). En esa misma línea, salvando coordenadas espaciales y temporales, cabe situar la obra de Inma Coll ya que, al sentir una predilección similar hacia la figuración y el retrato, realizó el mismo giro artístico y la misma apuesta estética, pero desde Valencia. Una postura que desembocó en todo un desafío dentro de un entorno que le era hostil por preferir un tipo de belleza formal más dócil y amable a la mirada.

(…) Un punto de inflexión en el mundo creativo de la artista, fue su experiencia en Oxaca donde, en 2008, se instaló un tiempo buscando experimentar otras técnicas y otras formas expresivas. Allí trabaja el grabado y frecuenta los talleres de Juan Alcázar, Abraham Torres, Francisco Limón y Rufino Tamayo. (…) la ingente obra de Inma Coll no ha surgido de manera esporádica ni está huérfana de una tradición artística. Forma parte de la genealogía reciente de la historia de las mujeres artistas que, independientemente de su estilo, soltaron amarras y comenzaron a crear haciendo caso omiso a la regulación visual que se les imponía y que recibían por socialización de género. Por este motivo, más allá de la pertinencia académica o institucional, la obra de esta artista multidisciplinar necesita más que nunca ser revisada para ser reconocida por su singularidad expresiva y por haber subvertido con creces los roles de género en el arte.

Texto (extracto): Amparo Zacarés.

Inma Coll – Un viaje ante el espejo. – Amparo Zacarés (amparozacares.com)

Año: Valencia, 1957

Documentación sobre el artista en CIDA: Consulta

OBRAS

Título de la obra: El cante

Año: 2004

Medidas: 76 x 56 cm

Técnica: Litografía sobre papel Super Alfa y serigrafía de una tinta

Tipología: Grabado
Inventario: 946

Contexto: Perteneciente a la Carpeta Cantaores. Impresa en los talleres de Alain Chardon en Barcelona.